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         En un día soleado, la gran mansión de principios del siglo XX se ve resplandeciente, con unos jardines muy cuidados, llenos de flores y dos coches de lujo aparcados a la izquierda. Uno rojo y otro negro descapotable.

        Dentro de la cocina, una mujer vestida de negro con una cofia blanca y un delantal, prepara comida. Entra en la cocina, otra mujer de mediana edad y le dice:

  • ¿Todo esta preparado, verdad?

  • Si señora, ya esta todo listo.

        En una de las grandes habitaciones un matrimonio se arregla. Hay maletas en la habitación, él se afeita con una toalla en la cintura y ella se maquilla. Los dos callados y serios.

        Llaman a la puerta y se escucha la voz de la mujer que entró en la cocina:

-¿Estáis preparados?

        Las dos mujeres se parecen mucho. La pareja se mira y ella responde que enseguida bajaran. Unos jóvenes escuchan música en el jardín. Una de las chicas sale hacia el salón. Camina despacio y se asoma. El salón es enorme, con dos grandes zonas: el comedor en madera antigua con grandes sillas ornamentadas, y el sofá, en esquina. En medio está la chimenea. Y detrás, al lado de los grandes ventanales, hay una butaca de lectura. En ella hay una viejecita sentada, con la cabeza un poco baja y torcida como si pesara tanto que no pudiera tenerla recta. La muchacha la mira y en su rostro ve que sus ojos no se mueven, están fijos en un punto, muy lejos, como si mirase mas allá de las paredes.

         La muchacha sabe que se siente extraña, perdida en su propia casa. No conoce a nadie, ni a los hombres ni a las mujeres que andan por allí. La habla pero ella sigue inmóvil, como una estatua. En las manos temblorosas tiene una foto, es una foto familiar. La nieta la mira con lástima. Se acerca y la rodea con mis brazos. La anciana la mira y sonríe. La joven coge la foto con suavidad y la observa. Reconoce a sus padres, y sus tíos, junto a sus abuelos.

- “Yo todavía no había nacido, ni mis primos tampoco. Estáis todos muy jóvenes y las ropas son tan antiguas.”

          Aparece mi madre, y me dice que se va a recoger lo que encargo en el pueblo para la fiesta de cumpleaños de la abuela Ana. Yo me quedo pensando que para qué hacerle una fiesta, si no nos conoce ya. La hago un gesto con la cabeza y levanto las cejas dejando ver lo que pienso. En ese momento mi abuela levanta la cabeza, me mira y sonríe como cuando me conocía y me contaba historias. Me acerco rápido para no perder ese momento y cuando llego y me arrodillo a sus pies, de nuevo vuelve a su postura habitual. Me entristezco tanto que me marcho de la habitación.

          La abuela vuelve en si y se levanta. Coge de nuevo la foto de su familia, y en su mente recuerda a su marido, joven y guapo, como estaba en la foto. Ve a sus hijas, con sus novios, tan guapas y alegres, pero ella, no está. Por más que mira, no está en la foto. Se enfurece y tira el cuadro contra la chimenea. Coge aire y grita: “¿por qué me habéis abandonado?”

         El grito es tan fuerte que voy corriendo al salón para ver que ha pasado, y me la encuentro llorando. Me acerco y se asusta, no sabe quien soy. Se esconde detrás de la cortina como una niña pequeña que busca protección. Veo los cristales y el marco roto de la foto y lo recojo con cuidado. La hablo con cariño, para que salga y se siente, pero ella llora en silencio. Guardo la foto en el bolso de mi pantalón.

        En eso aparece mi padre, me pregunta qué ha pasado, pero yo le hago un gesto de silencio para que mi abuela no se asuste más, y salga. Mi padre mueve la cabeza y se marcha hablando bajo y enfadado. Decido no desistir y la hablo sobre su vida, sus hijas, su marido, y cuando ya no sé que más decir, sale de su escondite y me dice que no quiere fiesta, que no quiere nada, que la dejemos morir en paz.

        Salgo al jardín un poco confusa, y veo que mi madre vuelve con un montón de regalos y cosas para la fiesta. Discutimos y me voy corriendo hacia el acantilado, donde siempre me gusta ir para escapar de todo aquello que me duele. El mar ruge fuerte al chocar contra las rocas, junto los brazos para sujetar mi chaqueta y me aparto el pelo de la cara.

         Me despierto y no sé porqué estoy allí, sola. Siento mucho frío y mi pelo esta recogido. De pronto, escucho gritos a lo lejos. Miro y dos niñas se acercan a mí sonriendo. Me cogen de la mano y me llevan a una casa que no conozco. Se celebra una gran fiesta, y se supone que es en mi honor, pero yo no conozco a nadie. Encima de la chimenea, hay un gran cuadro, con tres parejas, solo reconozco a la más mayor, que debe ser la madre de las otras dos chicas, a juzgar por su parecido. También recuerdo que se llamaba Ana.

 

                                                                                                                  FIN

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