Amanece y en tus ojos no aparece aquel brillo
dejaste de vivir un día y aún no sabes cómo ha sucedido.
Tus manos inseguras tiemblan mientras trabajan
por un pedazo de tierra que no acaba de dar fruto,
sigues y sigues luchando para nada, estás seguro.
Como un martilleo constante, tus pensamientos dolidos
retumbando en tu cabeza, en silencio dan gritos,
revolotean y matan cualquier atisbo de júbilo.
Coraza que te protege, tu corazón asfixiado
se ralentiza y se muere en cada latido
El cuerpo joven de antaño ha sufrido tantos cambios
que apenas te reconoces en tu caminar diario.
La vida pasó corriendo, pero las penas te pesan
como fardos a la espalda que te fueron encorvando,
machacando, empobreciendo hasta tocar el suelo.
Por los surcos de tu cara, envejecida y arrugada
pasan todas las personas que conociste en tu vida.
Algunas calaron hondo y firmaron su presencia.
Otras, en cambio, apenas dejaron huella,
pero quien tú más querías, ni apreció siquiera.
Hoy que ya estás acabado, nadie nota tu presencia.
Absurdo mundo de gentes que van y vienen deprisa,
rápido y sin ningún fin, no siguen ninguna meta.
Tú, en silencio y callado, dejas una vida muerta
profunda e invisible a sus ojos de caretas.
No temas ni te acobardes, allá dónde vayas,
tu pisada dejó huella, que aunque callada,
profunda, como el barro en la ladera
de un río inacabado, de cristalina agua
que corre deprisa, como pasó tu hora
por esta vida.